
Yo nunca respondía las cartas. Daba igual que la remitente fuera una de mis amores del momento, o que se tratase del mejor de mis amig@s. Jamás contestaba.
La sensación que tenía al recibir correspondencia era maravillosa, ver tu nombre y dirección, comprobar la persona que te había escrito, imaginar un esbozo del contenido que quedaba sellado con la saliva de tu escritor,... Era fabuloso.
Sentía, también, un afecto agradecido por el detalle de pensar en mí y de emplear tiempo en ofrecerme noticias de sus vidas, de abrir sus sentimientos para que yo pudiera comprobarlos.
Al terminar su lectura, casi siempre me apetecía contestar, para agradecer, para aclarar algún punto importante, para demostrar mi amor y/o amistad correspondida. Pero un ataque de indolencia me paralizaba. El miedo, tal vez, a no saber expresar bien lo que sentía. No sé, pero si sé que lo siento, siento en el alma todas las decepciones de esas personas que esperaban mi carta, que comprobaban día tras día que no llegaba, que no llegaría.
Me arrepiento, soy consciente de que hay que demostrar los sentimientos porque de lo contrario el olvido puede con todo.
Dedicado a cada comentario en el blog, que me alegran profundamente. Muchas gracias.