25 de noviembre de 2013

4

El cuento que no debió existir

Erase una vez un manco que tenía por novia a una bella mujer ciega. Su relación en la calle era idílica, él irradiaba ternura con su respeto a las mujeres desconocidas. Cuando se juntaba con los amigos se transformaba, hablaba de las féminas como mercancía y con un desprecio despreciable, y fardaba de sus habilidades sexuales,.
Ella, por su parte era todo ternura. Se quedaba ensimismada mirando a niños en el parque aunque no pudiera verlos. Su andar chepudo, con la espalda arqueada, era un símbolo de hermetismo. Siempre dejaba a medias sus conversaciones. Sus ojos, con frecuencia, relucían con un brillo húmedo al ponerse llorosos. Cuando hablaba con un hombre que no fuera su marido, giraba siempre la cabeza y agachaba su mirada. Era una mujer de inmensos y melancólicos párpados.
Diariamente ocurría que cuando se juntaban en el interior de su domicilio, ella, como por arte de magia, empequeñecía con cada palabra de su amado. A él le crecía la boca, empezaba a babear como un can. Las paredes temblaban, los objetos cambiaban a colores ténebres. Ella se sentía culpable de todas las metamorfosis extrañas que ocurrían en su casa.
Pero todo cambió un soleado día, en el que el hombre se despertó y sintió que su cuerpo era diferente, ya que su anatomía contaba ahora con dos sanos brazos. Reaccionó y mandó información al cerebro que intentó emitir una respuesta de movimiento, pero los brazos reaccionaron de manera independiente y se recluyeron hasta posar sus manos en su boca, dónde quedaron selladas. Su mujer lo contempló todo con una recuperada, de manera milagrosa, vista. Se sintió guapa y contempló su cuerpo por primera vez en el espejo. No recordaba aquel tiempo en el que caminaba así de erguida y sus piernas eran mucho más largas de lo que pudiera haber imaginado. Salió dando un portazo que retumbó armonioso, sonó a allegro clásico, también era algo para ella novedoso. Sonrío con cara de pionera felicidad y se alejó tan, tan, lejos que volvió a encontrar aquel recóndito lugar llamado "yo".

Moraleja: Todo lo que te destruye, se deja.



A todas aquellas mujeres vejadas, a lo largo de la historia en cualquier lugar
votar

4 comentarios:

  1. Precioso, David, de lo más bonito que te he leído nunca. ¿No has pensado dedicarte a los cuentos? Se te dan bien. Muy bien. Un poco más largo, unas ilustraciones, y sería un cuento estupendo. De verdad.

    Un beso de una mujer con ojos que ven a un hombre que usa las manos para lo que se deben usar

    ResponderEliminar
  2. Precioso cuento. Me gusta su moraleja. Sí, todo lo que te destruye, mejor es dejarlo. El problema es cuando no se es capaz de ver que alguien o algo te está destruyendo. Cuando alguien te hace creer que la única culpa reside en ti... El problema es cuando no se tiene la ayuda suficiente para dar ese portazo y alejarse de quien hace daño... Porque aún la ayuda que se le prestan a estas mujeres es insuficiente.
    Besotes!!!

    ResponderEliminar
  3. Un abrazo muy grande...

    ResponderEliminar
  4. si eso pudiera ocurrir de verdad.....¡¡¡¡¡¡...
    que los ciegos un dia vean...¡¡¡¡¡¡..
    no siempre ocurre asi en la vida...real...
    casi nunca ocurre asi.....

    Saludos...¡¡¡
    :-)

    ResponderEliminar

Pesa las opiniones, no las cuentes.